Tuesday, June 17, 2008

Estética

Elige mi primera clase de español por razón. Tenía catorce años pero ya sabía que español era un idioma muy importante en la ciudad en que viví, Los Ángeles. La clase de Señora Manea era inolvidable porque era muy simbólica de mi primera experiencia en escuela pública y además escuela secundaria. Muy nuevo, realmente apasionante. Memorizando conjugaciones verbales era un mero juego para mí. Me interesó más las conversaciones alrededor de mi silla en que pude participar en clase, cuando mecánicamente hacía mi trabajo. Las dos figuras de mi admiración fueron un chico totalmente white-washed cuyo conocimiento del idioma fue más débil que mío (y cuyo nombre se me escapa ahora) y Gina, una chica americana mayor que nosotros que probablemente repitió la clase dos veces antes de ese año. Ella me dio una lección en el arte de tatuaje sin decir ni una palabra. Bastaban sus gestos, la confianza con que andaba los pasillos en clase. Raves, piercings multiplicantes, y tintes de pelo fueron los objetos de la discusión habitual entre Gina y el chico. No me ignoraron como una parte tímida de mi carácter actualmente esperaba; aun ahora, me impresiona cómo me integraron en sus argumentos sobre posiciones sexuales, primeras experiencias con drogas, y cosas de tal tabú. Yo que era un inocente. (Probablemente es que era tan abierta, que mis ojos brillaron de adoración, que les respeté más que se respetaron.) Así aprendí las conjugaciones del tiempo presente y el pretérito.

La próxima clase de español era una ocurrencia diaria muy detestada. Recuerdo mucho de mapas y nombres, datos y hechos. La maestra casi chupó la vida del idioma y nunca he sido una aficionada de la geografía. Mi actitud sobre el idioma sería completamente neutra si no hubiera tenido dos compañeros. Uno a quien no realmente me dirigí. Lo miraba desde una silla dos filas lejos. Su acento castellano era patético si no fue un rebelde. Durante la clase, guardaba una hoja de partitura en la mesa y tocaba la harmónica. Leyó libros rebeldes, escuchó música rebelde, y creo que nunca realmente reconoció mi presencia. El otro, Shaun, era uno de mis amigos íntimos. Hasta ahora, puedo contarlo como otra versión de mi propia existencia. Teníamos conversaciones parte adolescentes y parte maduras; totalmente almas. (Ninguno de nosotros ha aprendido a perder, ni siquiera aplicar menos, su alma.) Un día, se enteró que prefería no comer frutas y me dijo honestamente, “Tus adentros deben ser muy sucios”. Por una semana, comí una manzana cada día; detuve cuando contraje una erupción.

El tercer año fue muy cariñoso a mí. Mi maestra era una mujer con cara redonda, dedos fluidos y una carcajada con eco natural. Antes de empezar la clase, la tarea para las vacaciones del verano fue leer Los de Abajo. En serio, no lo leí y por supuesto, empecé el semestre con una mala nota por la primera vez. En esta clase, practicábamos canciones, veíamos películas, y no había una palabra en inglés. Por la mayoría del año, había asignado al asiento al lado de la mesa de la maestra. (No recuerdo si la razón fue que hablaba demasiado, pero eso sería posible.)

Ese mismo año, mi maestro de biología fue Mr. U.T. Tenía gafas cuadradas marcadas, era muy alto, tenía cabello tan menudo y frecuentemente lo desgreñaba. Caminaba con una cojera y un bastón (tenía esclerosis múltiple). Muy estrafalario, Mr. U.T. tenía un humor mórbido, una risita severa. Lo temía un poco aunque figuras mayores generalmente inspiraban humildad más que temor en mí. Teníamos dos proyectos revolucionarios en esa clase (un evento histórico en mi trayectoria educativo). El primero fue el plano por un sistema de polinización y la creación de un modelo del “flor”. (Mi flor fue un cubo de basura). El proyecto final fue una presentación de conceptos biológicos a través de poesía.
Una de mis amigas colaboró con Mr. U.T. para fundar un club de poesía. Nos reuníamos los jueves y discutíamos nuestros poemas favoritos. Los de Mr. U.T. fueron en castellano, muchas veces escritos por Pablo Neruda. Todavía llevo el sello de uno sobre casas cuadradas, filas cuadrados, cuyo hablador al fin pasa una lágrima cuadrada. Estos formaron el carne del lengua española para mí. Poesía, arte, y creación.

En la Universidad de California, Los Ángeles, elige a tomar clases de lengua y literatura para acompañar mis clases de ciencia. En el comienzo, no supe que iba a intercambiar mis “clases serias” por mis gustos personales. En fin, me gradué con especialización en Literatura Comparada, en las áreas de literatura castellana y armenia y un minor en la lengua española. Pasaba mucho tiempo traduciendo textos, leyendo y leyendo cosas bien interesantes, experimentando un poco con escritura. Entretener la mente. Dejé de negar sus gustos y excentricidades. Desde la escuela secundaria, he continuado persiguiendo lo que reside fuera de la norma. Lo afuera. Lo extranjero. Diferente del costumbre, de mí. Lo nuevo que rápidamente se vuelve lo pasado. Pero, distinto de otra cosa, un lenguaje persiste. El castellano ha formado mi estética desde la adolescencia. Ha mezclado con la esencia de mi interacción con el mundo. Muy cerca. En mí.

Talar Kharadjian

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