Tuesday, June 17, 2008

Ser y Hablar en el Limbo


Ibeth Chávez


Gloria Anzaldua, poeta y escritora chicana, dice que el idioma es una gran parte de la identidad. Además, arguye que por eso los latinos que viven en los Estados Unidos estamos “straddling the border.” Estoy de acuerdo con ella; la lengua forma parte de la cultura y en si parte de la identidad de uno. Por eso, como bilingüe, me considero mexicana y estadounidense. Así mismo es que he podido tener lo mejor y lo peor de los dos mundos, pero la gente de cada uno de esos mundos me considera una extranjera. Para mí, el tener padres mexicanos y haber nacido en California me dio la oportunidad de crecer hablando el español y de aprender el inglés en la escuela. También por eso, nunca seré una estadounidense hablando inglés, ni seré una mexicana que habla español, lo cual ha creado un limbo lingüístico y por ende un limbo para mi identidad.

Como hispanohablante, siempre he usado usted como seña de respeto para gente mayor que yo, pero en inglés todo es igual. Recuerdo que me costaba hablar con la mamá de mi mejor amiga de la prepa porque yo sentía que le faltaba al respeto cuando le decía, “you” que para mí equivale a “tú” y no a “usted.” Un incidente que ocurrió cuando estaba en la prepa fue que le estaba platicando a una amiga que mi favorita fruta es la granada y que en la casa teníamos un arbolito. Pues cuando llegó el tiempo de decir el nombre de la fruta, no supe bien como decirle. “Grain? No, gra-grad-grada? Um, granade? Yeah, granade, granade. Wait…” y la risa de la compañera aun resuena cuando recuerdo ese día. Ahora yo también me puedo reír, y pienso para mí misma, “Pomegranate! Ay, Ibeth, claro que se llama pomegranate.”

Ay Ibeth. Cuantos dolores de cabeza me ha dado mi nombre también. Desde que estaba en kindergarden la gente mochaba mi nombre, “Ay-beTH.” Parecia que les doliera pronunciar la primera sílaba, ayyyyyyyy! Y la última sílaba parece que estuviera saliendo aire de alguna manguerita, con la “th” del inglés, thhhhh. Para hacer que suene mi nombre como debe ser y no como que está en dolor una manguera deshidratada, le digo a la gente, “It’s like ‘e’ and ‘bet’. E-bet.” A veces funciona y a veces no. Hasta el día de mi graduación de esta universidad cuando entregué la tarjetita con mi nombre estaba preocupada que no lo pronunciarían bien. Escribía mi nombre y lo tachaba, lo volvía a escribir y lo volvía a tachar. Al fin, no lo pronunciaron tan gacho…

Ahora, el español casi lo hablo sólo con mis papás y mis abuelitos. Los 16 años que he estado en la escuela en los Estados Unidos, donde la mayoría del tiempo sólo se permitía hablar inglés, me ha acostumbrado a hablar en inglés. Incluso, al menos que esté con gente que esté platicando en español, suelo pensar en inglés. Una vez estuve platicando con la tía de un amigo cuando me preguntó que donde había nacido. Le contesté que en Anaheim y entonces me preguntó que donde había crecido. “También en Anaheim,” le dije. “Ah, mira, pero hablas muy bien el español, eh,” me dijo con las cejas en alto mientras asentaba con la cabeza. “Gracias,” le contesté, pero el hecho que me lo dijo me dejó claro que ella como mexicana no me consideraba mexicana.

Hace unos años, estaba platicando con mi papá y de repente se me trabó la lengua y no pude recordar cómo decir algo en español. Le pregunté y me contestó, pero no sin decirme después, “Ay, pocha.” “Pocha?!?!” El color se me subió y no supe que más decir. Para mí es lo peor que un hispanohablante me pueda decir, y peor tantito que fuera mi propio papá quien lo dijo. Quedé sin palabras y cuando él se dio cuenta del peso que tuvo lo que dijo soltó una pequeña carcajada, como para decir, “Si no es para tanto, no te enojes.” No recuerdo bien la discusión que tuvimos entonces, pero jamás me ha vuelto llamar así.

Igual, son cositas como esas que me sacan de onda y me recuerdan cada vez que como va el dicho, no soy ni de aquí ni de allá. Para los mexicanos, hablo bien el español, pero no lo suficiente como para llamarme mexicana. Para los estadounidenses, mi inglés es casi impecable, pero aun se nota que no fue mi primer idioma; no soy estadounidense. Por lo tanto, soy la del limbo; el limbo que encarcela mi identidad y la vez le da rienda suelta para ser quien quiera.

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