Thursday, June 12, 2008

Miseria como motivo




No sé porque estoy donde estoy. Soy una de los estudiantes de cuarto año que no tienen ninguna idea de qué van a hacer. Estos dos años pasados me parecen una niebla de dudas y obligaciones, pensando siempre, “Por lo menos tendré un título. Ya es muy tarde para cambiar la especialización.” No sé exactamente porque elegí estudiar español. Siempre me había gustado en la secundaria, y tenía un poco de talento con las lenguas. Pero creo que seguí estudiándolo porque asocio el español con la primera vez que realmente me sentía incomoda.

Echo la culpa a Luz, mi mejor amiga de la secundaria. Siempre burlaba de la manera en que yo hablaba el español, pero pienso que le gustó que yo intentaba. Luz, en un acto increíblemente generoso (todavía no le he perdonado), me invitó a pasar el verano con ella en Méjico, visitando la familia de su padre. Vivíamos en la casa de su abuela en El Llano de la Cruz (un pueblito cerca de Acaponeta en Nayarit- no lo busque en un mapa, no lo encontrará).

¿Un verano entero en un país hispanohablante, donde no conozco a nadie? No problemo, pensé. El verano antes, había estudiado en la Universidad Autónoma de Guadalajara; fui con un grupo de estudiantes de mi colegio. Como UCLA, “La Autónoma” está situado en un área rico de la ciudad que no parece nada al centro. Vivía con una familia que estaba acostumbrada de extranjeras, y me hablaban despacio, con palabras fáciles de entender. Las guías nos llevaron a Tonalá, un pueblo que atrae turistas con su mercado enorme, lleno de obras de artesanías indígenas, fábricas de vidrio y cerámicas, y restaurantes. Nos enseñaron las raras pirámides circulares cerca de Tlaquepaque. Fuimos innumerables veces al centro, a ver los murales de Orozco, el mercado central, y varios museos. Hacía calor, pero apenas han llegado las lluvias, las cuales hacían mucho más tolerable el tiempo. En corto, era el verano más divertido de mi vida. Mis recuerdos de este viaje me convencieron ir con Luz. Yo había visitado antes a Méjico, y por eso pensé que sabía que esperar. No sabía nada.

La primera mañana en Nayarit, me desperté a gritos. Había una tarántula en la cocina. Tía Teresa, la hermana de la abuela de Luz la capturó en un vaso, le echó un poquito de gasolina, y la prendió en fuego. Como si no fuera nada. “Tienen hambre, chicas?” nos preguntó.

Comimos tortillas y frijoles todas las mañanas. Sopa o pescado al mediodía y pan dulce con leche por la noche. Entre las comidas, fuimos casa a casa, visitando parientes, amigos, y conocidos del padre de Luz. “Si no visitamos a todos, van a decir que me pienso grande. Aunque no conozca bien a alguien, tengo que hablarle para que no piense que “la americana ya no se da cuento de nosotros.” Me sentía bastante extraña, andando por todo el pueblo, visitando a familias desconocidas, intentando desesperadamente a rechazar simpáticamente la silla que siempre me ofrecieron, cuando toda la familia estaba sentada en una cama o en el piso. Y nunca sabía que diablos estaba pasando. Nadie hablaba como mi “familia” Tapatía. Yo no entendía nada- hablaban demasiado rápido, y utilizaban palabras que nunca había oído.

Pero aprendí una nueva palabra: “calorón.” Nunca me imaginé que era posible hacer tanto calor. Usaba bloqueador todos los días, pero de todos modos me quemé más y más cada día. Dormía en mi propio sudor. Una noche, con mi espalda a Luz para que no me viera, empecé a llorar. El ventilador había quebrado durante la noche, y yo era la única que se despertó cuando paró el aire. Extrañaba a mi familia, no podía conversar con nadie, me dolía la piel, me picaban los mosquitos, y ahora no servía el ventilador. Y recuerdo claramente sintiéndome irritada porque apenas había salido Las Piratas del Caribe, y no había ningún cine entre 80 kilómetros. En corto, era el verano más miserable de mi vida.

Pero no quiero decir que no pienso en aquel verano sin cariño. De hecho, después de este viaje, elegí el español como mi especialización. Nunca jamás quería sentir tan inútil, tan estúpida- quería aprender bien el idioma. Ya no quería ser solamente turista, utilizando frases básicas con maestros y amigas. Quería comunicar de verdad.

Me alegro que me empujara a continuar con el español. Ahora por fin entiendo la frase, “Vale la pena.”

-Clair J. Giedt

1 comment:

Alberto Fuguet said...

supongo, x la foto, que eres Claire o Clara Giedt...

te falto la firma!

AF