Monday, June 16, 2008

The Interpreter


“Yeaaaeeewww!”


Esa fue mi reacción de alegría y un poco de asco cuando a los catorce años me enteré que mi mamá estaba embarazada. Es que no me lo esperaba. Toda mi vida hasta ese punto no más éramos yo y mi hermana que es dos años menor que yo. Y ahora la gran noticia de que venía otro escuincle. La noticia me dio mucha felicidad, pero también me repugnó la idea de que mis padres hubieran tenido relaciones íntimas. Ellos no creen en las muestras públicas de afecto--el famoso PDA o “public displays of affection” en inglés. Son la pareja más anti-PDA que conozco y el embarazo fue un shock para mí. Son muy reservados y solamente los he visto besarse en los labios unas cuantas veces. Pero sobre todo, la noticia del embarazo de mi mamá me dio mucho miedo.


Mi madre es diabética. Siempre lo ha sido desde que me acuerdo. Por eso creo que no le tengo pavor a las jeringas o a las inyecciones o a la sangre. Todos los días, ella tiene que sacarse sangre de los dedos para revisar el nivel de azúcar en su sangre. Si su azúcar está más alta de lo normal, se toma pastillas. Si la situación es más severa aun, se inyecta insulina. Y un embarazo, en vez de ser un momento de sonrisas de oreja a oreja, era una situación severa que ponía en riesgo la salud de mi mamá y del bebe.


En ese momento, nuestra situación económica no era muy buena. Mi mamá calificó para la seguranza de salud Medi-Cal que el gobierno del estado le ofrece a personas de bajos recursos económicos. Fuimos yo y ella a escoger al médico de la lista corta que la seguranza aprobaba para que consultaran a mi mamá. Chakabarty, Rao, Mueller, Rastogi, Liebermann: la lista estaba llena de doctores con apellidos raros y desconocidos para mi mamá que no habla el inglés.


Increible, pero a pesar de vivir más de 20 años en los Estados Unidos, mi mami no ha logrado aprender el idioma principal de este país. Intentó una vez ir a clases para aprender, pero la técnica de los maestros era muy intensa y no tenían mucha paciencia para una mujer que apenas aprendió a escribir y leer español. Siendo la mujer mayor de 17 hijos, mis abuelos sacaron a mi mamá de la escuela al tercer año de primaria para que ayudara a atender al resto de la cría. El inglés, cuyas palabras no se prestan para hablarlas fonéticamente como en el español, fue muy difícil de entender para mi mami que por lastima no tenía mucha experiencia con una disciplina académica.


Por esa razón, yo, mi hermana, y mi papá-y ahora mi hermanito- somos interpretes a tiempo completo o “full time” como bromeamos. Al salir a la calle, sea para cenar o ir al supermercado, nosotros tenemos la tarea de abrirle a mi mamá el mundo extraño en donde el inglés domina. No voy a negar que a veces me sienta extraño al ser la tercera persona en una conversación entre dos. Pero me gusta pensar en que yo soy el lazo, el vínculo entre dos personas que a solas no podrían comunicarse entre sí.


Y yo, por tener el mejor dominio del inglés en la familia, soy el intérprete favorito de mi mamá. Eso me da mucha satisfacción pero también me cansa porque yo tengo mi propia vida. No puedo estar todo el tiempo con ella y a veces los dos nos sentimos frustrados al saber que parte de su vida ella necesita vivirla, o por lo menos entenderla, a través de otra persona-a través de mí. No es un trabajo fácil pero a mí me fascina poder ayudar a otras personas a entender cosas que yo sí tengo la capacidad y el conocimiento para entender.


El embarazo de mi madre despertó mi curiosidad por la medicina y aumentó mis deseos de mejorar mi español. En esa lista de doctores que nos había dado la seguranza medica, encontramos a un Dr. Flores. Los dos pensábamos que el doctor iba a ser Latino con ese apellido, pero no. Vaya sorpresa nos dimos cuando el Dr. Flores resulto ser filipino. Y por desgracia (pero ahora lo veo como por suerte), el no hablaba español. Esto indujo a que yo acompañara a mi mami a sus consultas con este ginecólogo filipino. Yo tuve que aprender a como comunicar los consejos médicos que el Dr. Flores le daba a mi mamá con exactitud porque quería que la salud de mi mamá y de mi hermanito estuvieran lo más perfecta posible.


Mi conocimiento del cuerpo humano y la medicina aumento exponencialmente. Parto, lactancia, maternidad, útero, placenta, cuerda umbilical, ultrasonido, feto, tercer trimestre, hormonas: todas palabras de un vocabulario que yo desconocía. Las tuve que aprender y luego explicarle a mi mamá que significaban y porque eran importantes. Aquí comenzó mi entendimiento de que la medicina es como otro lenguaje que hasta tiene su propio manuscrito. El rol del doctor es transmitir su gran conocimiento de la anatomía, fisiología, patología, y sicología humana de una manera afable y comprensible para que el paciente tenga el mejor tratamiento y resultado posible.


Y eso es lo que me propongo hacer en un futuro. Me he dedicado hacia esta meta de ser médico en mis cuatro años en UCLA. Me gradué con una Licenciatura en Biología con una especialización secundaria en Español y a la vez tomando cursos requeridos para postular a la escuela de medicina. De mis recuerdos de UCLA se destacan mis servicios de voluntario: traducir para médicos y ayudar en el hospital de UCLA-Santa Monica, presentar información en inglés o español sobre el VIH y otras enfermedades venéreas a estudiantes de secundaria en Los Angeles, y suministrar servicios médicos como exámenes de diabetes, colesterol, y anemia para comunidades Latinas desatendidas en Los Angeles y Tecate, México.


Mi español ha sido una gran ventaja y ojala lo siga siendo para cuando mande mi solicitud a escuelas de medicina en California, Texas, Florida, y Nueva York donde hay una gran población de Latinos. Por supuesto, me gustaría estar cerca de mi familia en California pero eso está fuera de mis manos. Iré donde me acepten pero creo que con mis experiencias en UCLA y creciendo en el “Inland Empire”, donde en Hemet no había muchos médicos Latinos (ahora sí hay pero pocos), las posibilidades son mejores. Ya veremos.
-Abraham Aguilar

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